homo sapiens 80.000 años atras Imagen de Gerd Altmann en Pixabayhomo sapiens 80.000 años atras Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Un hecho destruye para siempre las tesis de racistas y soberanistas. Los estudios científicos demuestran que todos somos descendientes de muy pocas personas, tal vez dos, y de las migraciones procedentes de África que llevaron al homo sapiens a colonizar todo el planeta.

Cada uno de nosotros tiene dos padres. Si nos remontamos en busca de nuestro árbol genealógico encontramos cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos y así sucesivamente. Con cada generación duplicamos nuestros antepasados. Alguien cogió una calculadora e hizo los cálculos para 30 generaciones. En un lapso de tiempo de unos ocho siglos, cada uno de nosotros debería tener un número de antepasados que ronda los 2.000 millones.  Además, vivieron durante el mismo periodo. Una cifra imposible, porque en 1200, los habitantes de la Tierra eran entre 400 y 500 millones de individuos. Entonces, ¿dónde estarían todos nuestros antepasados? Algo falla en ese cálculo que nos parecía tan obvio y sencillo.

Un cálculo que no tiene en cuenta la realidad de la vida

Si contamos tres generaciones por siglo, en el siglo XVI ya deberíamos tener 30 mil antepasados. En la época de las cruzadas (1200) llegamos a mil millones. En la época del Imperio Romano a un millón de millones. Sabemos que no es así. ¿Dónde está el error? No tenemos en cuenta que en muchos casos los antepasados eran la misma persona. Es decir, quien es mi antepasado lo es también de muchos otros individuos. Yendo más atrás, este número de antepasados, en lugar de aumentar, como en nuestros cálculos, disminuye. En otras palabras, todos somos parientes.

La teoría del cuello de botella

Ya remontándonos a la quinta generación, nuestro árbol genealógico empieza a reducirse. ¿Por qué? Porque hay que tener en cuenta a los que han tenido varios hijos con distintas mujeres y viceversa. De los que no tuvieron hijos, porque no pudieron, porque no quisieron, porque murieron antes de poder procrear a su vez. Podemos ver que un tatarabuelo era primo o hermano de otro antepasado perteneciente a otra rama del árbol. Si te fijas, incluso en la experiencia actual de nuestra generación, hay personas que tienen el mismo progenitor y ni siquiera lo saben. Otras que no tienen hijos. Otras que los han perdido. Otras que no han llegado a la edad de procrear.  Nuestros padres y abuelos dobles no siempre lo hacen en cada generación. Los antepasados se entrecruzan. Para explicar este fenómeno hay que recurrir a una ciencia: la genética.

La teoría de la Coalescencia

En genética, existe la Teoría de la Coalescencia. Que estudia el desarrollo filogenético de genes y alelos en las poblaciones. Si por comodidad de razonamiento tomamos una sola vía de linaje, la del padre, en cada generación mientras el número de nacimientos permanece estable o aumenta, las líneas de descendencia disminuyen. Por la razón que hemos dicho antes. Algunas no se reproducen y otras lo hacen más. A medida que pasa el tiempo, las 10 líneas de descendencia de un pueblo hipotético disminuyen hasta convertirse en 2 o incluso en una. En la sexta generación, todos son descendientes de una persona, ergo todos están emparentados, aunque se crucen con muchas otras líneas genéticas de fuera.

La mutación genética que diferencia a los individuos

Los hijos de una pareja tienen la mitad de la herencia genética de su padre y la mitad de la de su madre. Pero de todos los caracteres que se transmiten, hay una pequeña mutación de parte de algunos caracteres en cada generación. Esto es lo que nos hace únicos. El cromosoma Y, que es el que determina el sexo masculino del feto, sufre de media una mutación cada cinco generaciones. Los genetistas son capaces de identificar una parte del mismo código entre dos cromosomas Y diferentes. A partir de ese código, que es una matriz, son capaces de establecer que los dos cromosomas derivan de una mutación que se produjo anteriormente. Estamos emparentados.

El estudio de la frecuencia de las mutaciones permite comprender el origen de una población.

También son capaces de medir la frecuencia con la que se repiten ciertas mutaciones, basándose en una determinada distribución en la población, pueden calcular cuánto tiempo ha pasado entre dos mutaciones y, por tanto, pueden averiguar cuándo se separó una población de su núcleo original. En otras palabras, siguiendo el cromosoma Y y sus mutaciones y analizando los huesos de poblaciones antiguas, podemos saber qué grupos de poblaciones derivan de otras. Podemos seguir las rutas migratorias de nuestros antepasados. Como hemos dicho, cuanto más retrocedemos en el tiempo, menos líneas de descendencia encontramos.

El 60% de los europeos varones descienden de dos hmbres que vivieron hace 25.000 años.

Pongamos un ejemplo. El 60% de los europeos varones pertenecen a los haplogrupos R1a y R1b del cromosoma Y, que proceden de dos varones que vivieron hace unos 25.000 años en la meseta iraní. Alguien podría argumentar entonces que yendo cada vez más atrás en el tiempo se llega a un Adán y una Eva, como está escrito en el Génesis de la Biblia. Una hipótesis que -en cierto modo- podría incluso tener sentido. Los científicos se inclinan por la tesis de que toda la humanidad descendería de un único hombre y una única mujer a los que llaman Eva mitocondrial y Adán cromosómico. Pero se trataría de dos individuos que nunca se conocieron y que, además, vivieron en épocas muy lejanas.

Adán y Eva existieron pero nunca se conocieron

Adán habría nacido hace 80.000 años, cuando apenas había 10.000 humanos en la Tierra. A causa de un cataclismo que puso en peligro nuestra especie. Quizás relacionado con el desastre del lago Toba. Ese desastre redujo la variabilidad genética de la especie humana. Tanto que tenemos menos variabilidad genética que la que hay entre dos chimpancés. De los posibles 5.000 varones de aquella época, la única línea genética del Adán cromosómico es la que ha llegado hasta nosotros.  En otras palabras, Adán no fue el único varón sobre la Tierra, sino el único padre de la humanidad moderna.

Los estudios lingüísticos llevan a las mismas conclusiones que los genéticos

Lo mismo ocurre con el ADN mitocondrial. Desciende únicamente por vía materna. Excepto que la Eva mitocondrial vivió hace 200.000 años. Mucho antes que Adán. No fue la única mujer de su época, pero parece ser la única cuya descendencia ha llegado hasta nuestros días. Antes, cuando no se disponía de estos datos genéticos para analizar las poblaciones del pasado, las migraciones se estudiaban a partir del estudio de las lenguas. En baase a la Teoria de Kurgan, todos los indoeuropeos que hablaban el griego, el latín, el persa, el sánscrito, entre otros, provenían de la estepa póntico-caspica (actual Rusia y Ucrania) y se expandieron por Europa y Oriente Medio a través de la migración y la conquista, alrededor del 4000 a.C.  Basándose en esa teoria, se elaboró una distribución de las masas migratorias siguiendo la evolución de las lenguas. Los estudios de los años 20 llevaron a la conclusión de que todos los pueblos indoeuropeos procedían de la zona del mar Caspio, en la meseta iraní. El mismo lugar donde vivió Adán hace 80.000 años.

No hay diferencias genéticas sustanciales, sólo culturales. La raza es una.

Cuando alguien piensa que desciende de los antiguos romanos o de los vikingos de Erik el Rojo, haría bien en abandonar la idea porque nuestro antepasado común es el mismo para toda la humanidad, ya hablemos de un mexicano de Guadalajara, un chino de Cantón o un africano del Masai Mara, un israelí de Tel Aviv o un palestino de Gaza. Todos somos parientes. Todos somos hermanos.

Carlo Raspollini

Por Carlo Raspollini

Periodista, presentador, autor, director y productor con una destacada trayectoria de más de 40 años en la Rai y otras cadenas líderes de radio y televisión en Italia. Especialista en consultoría gastronómica y sumiller AIS. Ideator de Eventos internacionales y format para radio-tv-web, combinando su pasión por la comunicación, marketing, advertising, con la cultura enológica y el medio ambiente.

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