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EL GRAND TOUR Y EL COMIENZO DEL TURISMO EN ITALIA

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Viajeros nobles en Italia durante el siglo XVIII, origen del turismo educativo.

L’Italia ha avuto un volto, e con quel volto, con quei lineamenti inconfondibili affascinava, splendida e casuale, l’Europa el il mondo”. Así escribía Giorgio Manganelli, recordando los tiempos en que nuestra península se abrió a los primeros viajeros, eruditos y hombres de letras movidos por el deseo de conocer de primera mano los vestigios de la antigüedad clásica de griegos, etruscos y romanos.

El verdadero interés por Italia nació con el “Viaje a Italia” que Goethe publicó en 1816 como diario del itinerario que había realizado en la península en 1786. Goethe, entusiasmado por Italia, no hizo más que hacer público lo que se había convertido en una actividad común entre los vástagos de las familias de alto rango del norte de Europa –tanto nobles como burguesas- y que ya se había originado a finales del siglo XVII cuando Richard Lassels publicó su “Viaje a Italia”. Era el año 1670 y aquel sacerdote inglés aficionado a la aventura había realizado cinco viajes a Italia. Basándose en su experiencia, acuñó el término Grand Tour como expresión de viaje cultural y educativo y, sin saberlo, había sentado las bases semánticas de dos nuevas palabras: turista y turismo.

En el siglo XVIII, el Grand Tour era prerrogativa de los hijos de familias nobles, que emprendían el viaje con el objetivo de enriquecer su bagaje cultural. Tras el paréntesis napoleónico y con Europa reducida a un campo de batalla, los partidarios de la revolución industrial elevaron el Grand Tour a fórmula ritual, máxima expresión del bienestar alcanzado por los nuevos ricos. La influencia aún viva de la Ilustración impregna las mentes. Hay una necesidad apremiante de conocimiento, una necesidad de vivir experiencias de primera mano que permitan a los jóvenes vivir en primera persona el pasado y, cuando sea posible, la antigüedad clásica. Italia ofrece estas prerrogativas y está al alcance. Los lagos del norte, Liguria, Venezia, Firenze y Roma se convierten en destinos imprescindibles y quien posee tiempo, dinero y coraje se aventura también a Napoli y Sicilia. Los viajes son atribulados y los relatos nos ayudan a imaginar la Italia de aquella época. Los caminos son difíciles y a menudo los carruajes tienen que ceder el paso a los caballos y a las mulas; los albergues carecen de todas las comodidades; ciertas zonas son controladas por bandidos. Goethe también añade la suciedad. Venezia, Napoli y Palermo no brillan por el orden. Hablando de Venezia, el escritor alemán dice: “Me llamó la atención la gran suciedad de las calles”, situación que encuentra también en Palermo, donde la suciedad incluso sirve de capa para cubrir la superficie de la carretera.

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Sin embargo, no hay ningún obstáculo que pueda detenerlo. Guiados por los bosquejos de Piranesi y otros paisajistas, los viajeros aspiran al menos a llegar a Roma para ver el Coloseo con sus propios ojos. Los más atrevidos llegan a las rivieras, desde Liguria hasta Sorrento que, con la época del Romanticismo se conviertien en símbolos destinados a perdurar en la imaginación de la juventud de la época.

Sin embargo, el Grand Tour no consistía únicamente en sumergirse en la antigüedad. De hecho, Italia del tiempo tenía mucho que ofrecer: el neoclasicismo, la arquitectura paladiana, la commedia dell’arte y la Ópera eran apreciados, asimilados y exportados. La concepción didáctica del viaje exigía la participación en salones literarios, la realización de bocetos de viajes y la adquisición de antigüedades, verdaderas o falsas, ofrecidas por supuestos vendedores. La lista de personajes famosos es larga. Mary Shelley, George Byron, Stendhal, John Ruskin, Georges Bizet, John Keats, Charles Dickens, George Eliot, Louise May Alcott son sólo algunos de los ilustres invitados. Su Grand Tour es el embrión del turismo moderno, aunque todavía está impregnado de un aura ingenua de romanticismo. George Byron dedicó a Italia uno de sus versos más famosos (“Oh Italia, tú que tienes el don fatal de la belleza”), mientras que Mary Shelley, la madre de Frankenstein, señaló de forma más pragmática: “Italia es un lugar fascinante, rico en historia y arte, pero también de tristeza y dolor”. Pocas cosas han cambiado en nuestra alma desde entonces.

El artículo en italiano:

https://maledettitropici.blogspot.com/2025/05/quella-voglia-di-grand-tour.html

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