Aquella mañana, cuando apareció ante los soldados del regimiento Tuscania, los jóvenes no podían creer lo que escuchaban.
—He sabido que los italianos han vuelto y quiero reincorporarme al servicio —dijo, con un tono que no admitía discusión.
Quien hablaba así era un anciano somalí, Sciré, que había combatido bajo la bandera italiana en tiempos ya lejanos.
Ocho décadas a sus espaldas no le impedían demostrar una vitalidad y un sentido del deber que descolocaban a todos.
Los comandos del Col Moschin lo adoptaron de inmediato. Le construyeron una pequeña cabaña y él, con orgullo, pidió a su nieto que le trajera un viejo fusil Mod. 91.
Cada mañana, puntual, se presentaba para la inspección del General Loi, girando con destreza su arma para demostrar lo pulcra que estaba. Si el general olvidaba liberarlo del saludo, Sciré permanecía firme en posición de “presenten armas”, como si el tiempo no hubiese pasado desde la época del Imperio.
En cada ceremonia oficial, sin que nadie se lo pidiera, gritaba con fuerza:
—¡Viva el Duce, viva el Rey, viva Italia!
A pesar de que más de uno ya le había explicado que, en medio siglo, en Italia algunas cosas habían cambiado…
Y sin embargo, allí estaba. Un símbolo viviente de lealtad, de identidad, de esa idea de Italia que algunos han olvidado, o peor aún, utilizan cuando les conviene.
Los comandos, conmovidos por su historia y su entrega, decidieron entregarle el distintivo de Incursor.
Él, con los pies descalzos y el alma llena de Italia, lo recibió con lágrimas en los ojos:
—Los italianos son grandes soldados —decía—. ¡Así se les ganaba a los abisinios!
Al final de la Misión Ibis, fue condecorado con el grado honorífico de Mariscal y acompañado al hospital de Merka.
Desde la terraza, se despidió por última vez de quienes para él representaban a la Italia que nunca dejó de amar.
Y ahora, querido Ministro, que tanto repite que “la ciudadanía es una cosa seria”, déjenos hacerle una pregunta sincera:
¿Cuántos jóvenes “ciudadanos italianos” estarían hoy dispuestos a hacer lo que hizo Sciré?
Tal vez sería útil, señor Ministro, salir un momento de los cómodos despachos romanos y echar un vistazo a las redes sociales: descubrirá no solo lo que muchos jóvenes italianos piensan de Italia, sino también cómo la critican, la denigran o directamente se burlan de ella —especialmente aquellos que han emigrado en los últimos años, con pasaporte en mano y orgullo selectivo.
Tenemos pruebas, testimonios y comentarios públicos que lo demuestran.
Porque sí, muchos exigen su ciudadanía…
pero pocos, muy pocos, estarían dispuestos a caminar descalzos con un fusil por amor a una patria que apenas los reconoce.