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EL REY DESNUDO DE ANTONIO CANOVA

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A Antonio Canova no le gustaba Napoleón. El famoso escultor consideraba al corso un saqueador, responsable del despojo de las obras de arte italianas por parte de los franceses. Después de la Campaña de Italia (1797), Napoleón había institucionalizado el saqueo mediate acuerdos de tregua que, además de imponer condiciones políticas y territoriales muy duras, imponía la entrega a Francia de las principales obras del patrimonio artístico de los estados subyugados. Canova, considerado entonces uno de los más prestigiosos artistas europeos, criticó inmediatamente la política del “botín de guerra” impuesto por Napoleón para establecer un museo universal en París, que el general consideraba la cuna de la cultura europea.

En cambio Napoleón, a pesar de haberle abolido la pensión que recibía del Estado Pontificio, probaba por Canova una admiración especial, al punto de convocarlo a la capital francesa para inmortalizarse en un busto. Canova declinó la invitación y fue necesaria la insistencia de Papa Pío VII, a cuyo servicio estaba el escultor, para convencerle –o mejor dicho, obligarle- a emprender el camino hacia París. Canova llegó allí en octubre de 1802 y se reunió con el Primer Cónsul (título que ostentaba en ese entonces Napoleón) durante cinco sesiones, en el transcurso de las cuales creó dos bustos. El escultor se comportó de manera profesional, pero rechazó repetidamente la invitación de Napoleón para establecerse de forma definitiva en París y regresó a Roma. Como le escribió a su amigo Antonio D’Este: “No me quedaría aquí ni por todo el oro del mundo… mi libertas vale más”.

Sin embargo, Napoleón no estaba satisfecho. Los bustos eran demasiado pequeños para celebrar su gloria y encargó a Canova una estatua colosal para exhibirla en una una plaza de París. Le explicó que quería ser representado como los grandes protagonistas de la historia clásica, un héroe suspendido entre el mito y la realidad. Canova le dijo que no se preocupara: lo representería como Marte el Pacificador. Puso manos a a obra y preparó una estatua que seguía las peticiones de Napoleón, un coloso de cuatro metros de altura donde el líder, como un César moderno, sostenía una lanza en una mano y el globo de la victoria en la otra.

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La estatua llegó a París en 1811. Las expectativas eran grandes y Napoleón convocó a sus mariscales y a los notables de Francia para la ocasión. Cuando se desveló la estatua, la multitud y el propio Napoleón quedaron mudos. El emperador era retratado como un dios griego, pero también estaba desnudo. Si el axioma clasicismo-desnudez funcionaba para los personajes idealizados y distantes de la antigüedad, el efecto sobre el líder de carne y hueso que quería dominar toda Europa rayaba en lo ridículo. No había ninguna plaza en París que pudiera acoger al coloso y la estatua, por orden de Napoleón, fue apartada en el Louvre, cubierta permanentemente por una sábana.

La venganza de Canova se consumó plenamente cuatro años después cuando, durante la Restauración, se presentó en el Louvre para recuperar las obras robadas al Estado Pontificio. Una tarea difícil y tortuosa, a la que se opusieron no sólo los franceses, sino también los austriacos y los rusos que habían comenzado a creer en la idea napoleónica del Museo Universal. Lamentablemente, más de la mitad de las obras robadas por Napoleón en Italia nunca regresaron a casa y pinturas, esculturas, frescos y tapices todavía están allí para demostrar que el saqueo sigue siendo una herida abierta para nuestro patrimonio artístico. En cuanto al Napoléon desnudo de cuatro metros de altura, hoy se encuentra en la casa museo de su archienemigo Lord Wellington, el inflexible inglés que logró desnudar al rey en el campo de batalla y poner fin a su deriva despótica.

El artículo en italiano:

https://maledettitropici.blogspot.com/2021/09/il-re-e-nudo-napoleone-scolpito-da.html

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