La solución es la más urgente para evitar que el planeta siga contaminándose. Cada día el mundo genera más de 3,5 millones de toneladas de basura, según datos del Banco Mundial, y esta cifra crece al ritmo del consumo descontrolado y la urbanización acelerada.
Gran parte de estos residuos no se reciclan ni se procesan adecuadamente, especialmente en los países en vías de desarrollo. El resultado es alarmante: vertederos clandestinos, contaminación de acuíferos, ríos convertidos en cloacas, y océanos invadidos por islas de plástico que amenazan la vida marina y, en última instancia, nuestra propia salud.
El problema ya no es solo ambiental, sino sanitario y económico. Las montañas de basura acumuladas en las afueras de muchas ciudades emiten gases tóxicos, se incendian espontáneamente, atraen plagas y liberan microplásticos que terminan en nuestra cadena alimentaria. Pero hay una solución emergente que transforma este problema en una oportunidad: convertir la basura en energía.
Tecnologías modernas para una basura con valor
En todo el mundo, están surgiendo tecnologías conocidas como “Waste-to-Energy” (WtE) que permiten transformar residuos sólidos urbanos, plásticos, maderas, metales, papel y desechos electrónicos en electricidad, calor o biogás.
Incineración con recuperación de energía
Es la más extendida a nivel mundial. Se quema la basura en hornos especiales que aprovechan el calor para generar electricidad o calentar hogares. Por ejemplo, la planta de Dublín (Irlanda) trata 600.000 toneladas de residuos al año y produce energía para abastecer a más de 80.000 hogares.
Gasificación y pirólisis
Tecnologías térmicas avanzadas que descomponen los residuos sin oxígeno, generando gases combustibles. Son más limpias que la incineración y permiten aprovechar incluso residuos peligrosos o plásticos no reciclables.
Digestión anaeróbica
Ideal para residuos orgánicos y húmedos, como restos de comida. Se degradan en ausencia de oxígeno, generando biogás (una mezcla rica en metano) que puede ser usado para producir electricidad o como combustible vehicular.
¿Dónde ya se están aplicando estas tecnologías?
Europa lidera el uso de estas soluciones, con países como Suecia, Alemania y Dinamarca integrando estas plantas en sus sistemas de calefacción urbana.
En África, Etiopía opera la planta Reppie desde 2019 (25 MW de capacidad), y Zimbabue proyecta la planta Pomona (22 MW).
En Asia, gigantes como China e India están invirtiendo masivamente en infraestructura WtE.
En América Latina, Argentina encabeza el crecimiento del sector, con un aumento proyectado del 7,4% anual hasta 2027.
Costos y beneficios: ¿vale la pena invertir?
El costo de construir una planta moderna puede variar entre 150 y 300 millones de dólares, dependiendo de la capacidad. Por ejemplo, la planta de Pomona en Zimbabue tiene un costo estimado de 304 millones de euros. Sin embargo, los beneficios a largo plazo son notables:
Generación de electricidad para miles de hogares.
Reducción drástica del volumen de residuos.
Ingresos por la venta de energía y bonos de carbono.
Disminución del impacto ambiental y sanitario.
En Asia, un modelo de planta tipo WIG-GTCC puede generar hasta 24 millones de dólares en beneficios, con un retorno de inversión entre 12 y 17 años.
Una oportunidad para países con problemas de basura
Los países que aún no cuentan con políticas de reciclaje sólidas tienen en estas tecnologías una solución viable. Implementarlas puede ser costoso al principio, pero el costo de no hacer nada es mucho mayor: suelos contaminados, agua no potable, pérdida de biodiversidad y enfermedades asociadas.
Convertir la basura en energía no solo resuelve un problema ambiental: genera empleo, reduce la dependencia energética y transforma un pasivo en un activo. Es hora de que los gobiernos, las municipalidades y los inversores miren la basura con otros ojos: no como un desecho, sino como una fuente de poder.
La situación en Centroamérica y el Caribe frente al problema de la basura es crítica y creciente. Muchos de estos países enfrentan una combinación peligrosa: aumento de la población urbana, sistemas deficientes de recolección y reciclaje, y una falta de planificación a largo plazo. La basura termina en vertederos a cielo abierto, en las calles, en los ríos, y finalmente en el mar, agravando el fenómeno de la contaminación plástica y afectando tanto a la salud pública como al turismo, una fuente vital para muchas de estas economías.
¿Por qué no se hace nada?
Hay varias razones que explican la falta de acción:
Falta de recursos económicos y tecnológicos: muchos municipios no tienen presupuesto ni acceso a tecnologías adecuadas para el tratamiento de residuos.
Corrupción y mala gestión: en algunos casos, los fondos destinados a mejorar la gestión de residuos no se ejecutan correctamente o se desvían.
Falta de conciencia política y ciudadana: la basura no es considerada una prioridad por muchos gobiernos, y tampoco hay suficiente educación ambiental en la población.
Dependencia de donaciones o ayuda externa: se espera que otros (organismos internacionales, ONGs, países donantes) resuelvan un problema que debería tener soluciones locales.
¿Hay ejemplos positivos en la región?
Algunos países están empezando a tomar medidas, aunque todavía de forma incipiente:
Costa Rica es uno de los líderes regionales en sostenibilidad. Aunque aún enfrenta desafíos con los residuos sólidos, ha implementado programas de reciclaje, incentivos a empresas verdes y está explorando opciones de valorización energética.
República Dominicana ha aprobado leyes como la Ley de Gestión Integral y Coprocesamiento de Residuos Sólidos (Ley 225-20), que busca crear un marco legal para tratar los residuos de forma más eficiente. Sin embargo, su implementación es lenta y aún se generan más de 12,000 toneladas de basura al día, gran parte sin tratamiento adecuado.
Panamá ha desarrollado alianzas con el sector privado para el reciclaje de ciertos materiales y cuenta con proyectos piloto para convertir residuos orgánicos en biogás.
La región necesita con urgencia pasar de la intención a la acción. Hay tecnologías, modelos de negocio e incluso ejemplos cercanos que pueden adaptarse a la realidad local. Pero hace falta voluntad política, participación ciudadana y alianzas público-privadas. La basura no se va sola. Y si no se actúa ahora, el costo en salud, medio ambiente y turismo será mucho mayor en los próximos años.
Lo que se necesita
No se trata solo de invertir en tecnología. Se trata de cambiar el enfoque:
Apostar por educación ambiental desde las escuelas.
Establecer sistemas de recolección y clasificación eficientes.
Implementar modelos de economía circular, donde la basura se transforme en energía, fertilizantes o nuevos productos.
Fomentar la inversión público-privada en plantas de valorización energética.
Centroamérica y el Caribe tienen todo para convertirse en un modelo de transformación. Pero hay que actuar ya, con responsabilidad, con visión, y entendiendo que el futuro del desarrollo sostenible empieza por lo que hacemos con nuestros residuos hoy.