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En un mundo donde millones de personas no tienen acceso suficiente a alimentos, el desperdicio de comida es una de las contradicciones más alarmantes de nuestro tiempo. Qué podemos hacer ya para evitarlo?

En América Latina, como también ocurre en Europa, grandes cantidades de alimentos se pierden o se desperdician en todas las etapas: desde la producción agrícola hasta el consumo en el hogar. Pero ¿sabías que en países como Brasil, México o Argentina se desperdician millones de toneladas de comida cada año? Y que con lo que se tira, podríamos alimentar a millones de personas diariamente.

El caso de Italia sirve como espejo: allí, según estudios recientes, cada persona desperdicia unos 27 kilos de comida al año. En total, el país llega a tirar más de 8 millones de toneladas anuales, suficiente —según estimaciones— para alimentar a más de 44 millones de personas. Y lo más grave es que el 75 % de ese desperdicio ocurre dentro de las casas, no en los supermercados ni restaurantes.

Brasil: el 40% de los alimentos en basura!

En América Latina, la situación no es muy distinta. En Brasil, se estima que cerca del 40 % de los alimentos producidos terminan en la basura. En México, más de 10 millones de toneladas al año se pierden, mientras en Argentina la cifra ronda los 16 millones. Colombia y los países de Centroamérica también enfrentan cifras preocupantes. Y lo más doloroso es que muchas de estas naciones enfrentan, al mismo tiempo, altos niveles de inseguridad alimentaria, con familias que no tienen lo necesario para nutrirse bien.

¿Por qué se desperdicia tanta comida?

Las razones son diversas. En los campos, mucha fruta o verdura es descartada por no cumplir con estándares de tamaño o apariencia, aunque sea perfectamente comestible. En el transporte o almacenamiento, faltan tecnologías adecuadas para conservar los alimentos. Y en los hogares, se compra más de lo necesario, se ignoran las fechas de consumo preferente, o se cocina en exceso sin aprovechar las sobras.

Otra causa importante es el desconocimiento. Muchas personas confunden las fechas de caducidad con las de consumo preferente y tiran comida que aún es segura. O simplemente no organizan bien su despensa y dejan que los productos caduquen sin usar.

¿Qué se está haciendo para evitarlo?

Algunos países han comenzado a actuar. En Brasil, por ejemplo, existe una red de bancos de alimentos que recupera excedentes de supermercados y productores para entregarlos a familias necesitadas. En Argentina y Colombia, iniciativas comunitarias y cooperativas trabajan para redistribuir lo que antes se tiraba. También han surgido aplicaciones móviles que permiten comprar alimentos a punto de caducar a precios bajos, como forma de salvarlos del basurero.

Italia, por su parte, ha adoptado desde 2016 una ley nacional (la “Ley Gadda”) que facilita la donación de alimentos excedentes, simplificando los trámites y reduciendo impuestos para las empresas que donan. Este tipo de iniciativas puede servir de modelo para América Latina, adaptadas a las realidades locales.

¿Y nosotros? ¿Qué podemos hacer desde casa?

Aunque parezca poco, cada pequeño gesto cuenta. Aquí algunas formas simples y efectivas de reducir el desperdicio y, además, ahorrar dinero:

  • Planifica tus compras. Haz una lista antes de ir al mercado y evita comprar por impulso.
  • Conoce tus alimentos. Aprende a distinguir entre “fecha de caducidad” (riesgo sanitario) y “consumo preferente” (pérdida de calidad).
  • Revisa tu refrigerador y despensa. Coloca al frente lo que debe consumirse primero.
  • Aprovecha las sobras. Recetas con “restos” pueden ser incluso más sabrosas y creativas.
  • Congela. Si compraste demasiado, congela lo que no usarás pronto.
  • Sé generoso. Si tienes alimentos en buen estado que no consumirás, compártelos o busca redes de donación locales.

Reducir el desperdicio es una forma concreta de solidaridad y respeto. Hacia quienes no tienen suficiente, hacia quienes cultivan y trabajan la tierra, y hacia el planeta. Porque menos comida desperdiciada significa también menos presión sobre los recursos naturales, menos emisiones de gases, y un sistema alimentario más justo y sostenible.

No se trata de grandes sacrificios, sino de pequeños cambios en nuestra forma de comprar, cocinar y compartir. Si todos hacemos nuestra parte, podemos marcar la diferencia.

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