En América Latina, el fenómeno de las personas que mueren sin identidad es especialmente grave en México, donde se habla de una auténtica «tragedia humana de enormes proporciones», según Naciones Unidas .
México vive una tragedia silenciosa: más de 100.000 desaparecidos desde 1964 y miles de cuerpos sin identificar en fosas comunes, morgues y cementerios. Solo entre 2006 y 2021, se reportaron 82.000 desapariciones, muchas vinculadas al crimen organizado. Sólo en 2021 se registraron 33.308 asesinatos, y muchos casos quedaron sin resolver. Pero el problema no es solo la violencia, sino la incapacidad del Estado para identificar a las víctimas. En las calles de México, en los desiertos de Argentina, en las fosas clandestinas de Centroamérica, hay miles de cuerpos que esperan un nombre. Son víctimas de la violencia, la migración, la pobreza y el abandono. Personas que murieron sin que nadie las buscara, o cuyas familias siguen esperando respuestas que nunca llegan.
Una base de datos con fotografías de los rostros de los fallecidos anónimos para ponerlo en línea
Las morgues están saturadas, hay cadáveres que llevan años sin ser reclamados. Fosas clandestinas: se han descubierto más de 4.000, con restos que podrían corresponder a migrantes, activistas o víctimas de secuestros. Falta de recursos: muchos forenses no tienen tecnología para comparar ADN o reconstruir rostros. Las familias de los desaparecidos recorren el país con fotos, preguntando en hospitales y oficinas de gobierno. Algunas han formado colectivos para cavar ellas mismas en busca de sus seres queridos. Pero el sistema falla: solo el 5% de los crímenes se resuelven, y muchos cuerpos nunca son identificados. El gobierno mexicano ha creado una Comisión Nacional de Búsqueda para actualizar las estadísticas sobre desapariciones. Se han publicado informes con fotografías de la ropa de los «enterrados sin nombre» para facilitar su reconocimiento.
El resto de América Latina: historias que se repiten
El problema no es solo mexicano. En Argentina, los desaparecidos de la dictadura militar (1976-1983) aún no han sido todos identificados. En Colombia, el conflicto armado dejó miles de cuerpos en fosas comunes. En El Salvador y Honduras, la violencia de pandillas genera desaparecidos que nunca aparecen. Pero hay algo en común: la burocracia, la corrupción y la falta de tecnología hacen que muchas víctimas sigan siendo solo un número en un expediente.
¿Podría ayudar la cooperación internacional?
Algunos países ya están colaborando. Estados Unidos ha apoyado con bases de datos de ADN y programas de capacitación forense. Italia, por ejemplo, tiene experiencia en identificación de migrantes ahogados en el Mediterráneo. El Laboratorio Labanof de Milán ha trabajado en la comparación de perfiles genéticos. Interpol tiene un sistema de fichas post mortem que podría ser clave si más países latinoamericanos lo usaran.
Pero falta más bancos de ADN compartidos: para cruzar datos con familias que buscan a sus desaparecidos. Tecnología forense accesible, como reconstrucción facial, huellas digitales digitalizadas, bases de datos públicas. Apoyo psicológico y legal. Muchas familias no denuncian por miedo o desconfianza en las autoridades.
Un nombre, una historia, un derecho
Detrás de cada cuerpo sin identificar hay una familia que sigue esperando. Darles un nombre no es solo un acto de justicia, sino de humanidad. Si México y el resto de América Latina quieren cerrar estas heridas, necesitan más que discursos: tecnología, transparencia y cooperación internacional. Mientras tanto, los muertos sin nombre siguen esperando. Y las familias, también., donde se habla de una auténtica «tragedia humana de enormes proporciones», según Naciones Unidas .
Historias que se repiten
El resto de América Latina: historias que se repiten. El problema no es solo mexicano. En Argentina, los desaparecidos de la dictadura militar (1976-1983) aún no han sido todos identificados. En Colombia, el conflicto armado dejó miles de cuerpos en fosas comunes. En El Salvador y Honduras, la violencia de pandillas genera desaparecidos que nunca aparecen. Pero hay algo en común: la burocracia, la corrupción y la falta de tecnología hacen que muchas víctimas sigan siendo solo un número en un expediente.